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CONTRACORRIENTE

LA LLAMARON DUDA

La Negación no quería casarse. Tampoco quería enamorarse. Prefería seguir solo, porque en su juventud, en esos años en los que todos los sentimientos se confunden y se magnifican, se había llevado muchas desilusiones. La Negación había rechazado a muchas pretendientes y se había acostumbrado a la soledad de las dos paredes de su casa: la N(orte) y la O(este).  

Aquella mañana no era distinta de otras. Había salido a comprar el pan y el periódico, como siempre en la misma panadería y el mismo quiosco de todos los días. Porque la Negación era un ser de costumbres firmes y arraigadas. Sin embargo, aquella mañana, cuando llegó al quiosco con su pan bajo el brazo advirtió que había una chica nueva atendiendo. Era todo sonrisas, amabilidad y dulzura. Sus enormes ojos sinceros le atrajeron desde el primer momento. Y desde el primer momento empezó a luchar contra ese sentimiento. La chica le miró de frente y su sonrisa le preguntó qué deseaba. Pasar contigo el resto de mi vida, pensó la Negación. El ABC, dijo huraño y mirándose la punta de los pies. La chica le extendió el periódico, le dio las gracias y cuando la Negación ya estaba dándose la vuelta para escapar de allí, le dijo: Me llamo Afirmación, espero verte por aquí más días 

La Negación volvió todos los días desde entonces, a la misma hora, durante seis meses y cuatro días. Jamás le dijo nada a la Afirmación acerca de sus sentimientos, pero tampoco hacía falta. Se había quedado prendado de su optimismo, del brillo de sus ojos, de esa sonrisa eterna y de la dulzura que impregnaba a un oficio aparentemente tan gris. Hablaban de vaguedades, la Negación se empeñaba en mostrarle siempre la parte más fea de la vida y la Afirmación se empeñaba siempre en mostrarle la otra cara de la moneda. Nunca estuvieron de acuerdo en nada… o al menos, en nada de lo que hablaban. Por eso, el día que se dieron el primer beso, no hablaron. No volvieron a hablar, de hecho, hasta el día que se casaron. Lo hicieron por el rito del Amor, un rito ancestral en el que no hacían falta las palabras. Se casaban a base de besos y caricias, de miradas cómplices y abrazos de eternidad. De haberse casado por la Iglesia, Negación nunca habría dado el “Sí quiero”… 

Los padres de ambos aceptaron aquella unión a regañadientes. Al principio trataron de disuadirles argumentando que eran completamente distintos, que no tenían nada en común y que nunca estarían de acuerdo en nada. Y Negación siempre les contestaba: “Si ella fuera como yo, nunca se habría enamorado de mí” 

Sus padres, sin embargo, no estaban equivocados. Nunca se pusieron de acuerdo en nada y siguieron siendo completamente diferentes. Pero a los nueve meses exactos de la boda, nació su primera hija y con ella los extremos empezaron a acercarse, los blancos y los negros se fueron fundiendo para crear grises, las noches y los días encontraron un mediodía, y entre el sí y el no de ambos empezó a crecer su hija. La llamaron Duda…

SUEÑOS

La niña lloraba sin querer contenerse. Lloraba como si quisiera agotar todas sus lágrimas. La madre trataba de consolarla, completamente desconcertada.  

-¿Qué le pasa ahora a la niña? Por Dios, cómo llora– preguntó el padre mientras intentaba leer el periódico.
-No lo sé, no tengo ni idea– respondió la madre con la angustia colgando de la voz.

Unas horas antes, la niña le había contado a su padre el regalo que quería por su sexto cumpleaños. 

-La luna. Quiero la luna con una cuerdecita para poder llevarla atada siempre a mi muñeca. 

El padre se rió a carcajadas.

-No puedo regalarte la luna, chiquilla. ¡Qué cosas tienes!
-¿Por qué no?
-Porque la luna es inalcanzable…

La niña lloraba sin querer contenerse. Acababa de descubrir que existían sueños inalcanzables.

SEGUNDAS OPORTUNIDADES

Necesitaba una segunda oportunidad. Un segundo intento de no repetir los mismos errores. Así que rellenó con decisión la solicitud, lamió el sello y lo pegó en la esquina superior derecha.


Esperó el correo durante días. Miraba el buzón compulsivamente, rebuscando entre la publicidad un sobre verde.


Pensaba a diario en todas las veces que se había equivocado en su vida. En las meteduras de pata, en las confusiones y malentendidos, en las decisiones tomadas sin meditar, en el daño que había provocado a los de su alrededor. Y cuando se tomaba un respiro, la úlcera volvía a traerle los recuerdos.


Dos semanas después, por fin llegó la carta. Pero el sobre era rojo. Extrañado, lo abrió y leyó el mensaje escrito sobre una enorme señal de “Prohibido” impreso en la hoja: “Denegada su petición de una segunda oportunidad. Aún le quedan tres primeras oportunidades”.


Se le cayó el alma a los pies. ¿Qué voy a hacer ahora?


Tenía que gastar aún las tres primeras oportunidades que le quedaban. Tenía que seguir equivocándose, cometiendo errores, conduciendo su vida hacia el precipicio, llevándose por delante todo aquello que quería...


Ese es el problema de esta vida, pensó. El maldito problema: las segundas oportunidades siempre llegan después de haber agotado las primeras.

PRINCIPIO(S)

Un principio. Eso es lo que andaba buscando entre las sombras. Salía por las noches, amparada por la oscuridad, y revolvía basuras, cartones y restos podridos de comida buscando el origen de su vida. Sabía que la había envuelto hace muchos años en unas viejas servilletas amarillentas y la había tirado. Pero no recordaba ya dónde.


Recordaba, eso sí, que desde aquél momento, todo se detuvo. El tiempo murió y las horas se olvidaron de separar los días de las noches. El sentido dejó de tener sentido y la razón perdió sus argumentos. La vida sólo continuaba en el fondo de un cartón de vino. Leía su pasado en los posos de una oxidada petaca de whisky y veía desvanecerse su futuro en todos esos ojos que evitaban mirarla.


Viva o muerta valía lo mismo. Y a ella lo mismo le daba. Pero muerta no resultaría incómoda para nadie. Por eso, aunque sólo fuera por seguir desviando miradas y provocando vómitos de conciencias, seguía buscando cada noche el principio de su vida.